Los jóvenes de hogares en pobreza tienen un 25 % más de posibilidades de presentar síntomas depresivos. Las transferencias económicas podrían estar teniendo un efecto leve sobre la salud mental ¿Qué hace falta?
“Va y me dice la profesora si no te puedes conectar no es mi problema. O estudias o trabajas. No había luz, no había baño, nada. Nosotros vinimos a tener baño, dos años después. Era muy difícil tener esas necesidades, entonces íbamos donde el vecino, por ejemplo”, así cuenta Erick García las dificultades que enfrentaban en su casa, en el barrio Los Libertadores, en Bogotá. En vacaciones, Erick cuenta que su mamá optaba por levantarlos tarde y así tipo 4, 5 de la tarde les daba la única comida del día porque no alcanzaba para más. “Era algo así como un almuerzo comida y un desayuno del otro día, a la vez. A eso nos acostumbramos”, narra. Los trapos rojos en las ventanas de las casas en Colombia, durante el confinamiento, confirmaron que, como Erick y su familia, unos 2,4 millones de hogares se alimentan con menos de tres porciones diarias.
Lo cierto es que sus condiciones de vida lo alejaban de sus sueños de estudiar y trabajar para alguna organización social. A esto se sumó la muerte de su mamá, que lo hizo sentir que perdía un gran apoyo. La vida de Erick tuvo un pequeño empujón, según sus palabras, pues se convirtió en un beneficiario de un programa de transferencias económicas para poder estudiar (Jóvenes en Acción): “Con esos primeros pesos pude comprar un mercado, luego un pantalón y una camisa. A veces solo alcanza para el transporte, pero también de vez en cuando para poder almorzar en la universidad con tranquilidad- cuenta-. En algunos momentos digo que soy fuerte y que no necesito un psicólogo, pero la verdad es que sí”.
Y es que el 12 % de jóvenes en Colombia presenta algún tipo de trastorno de salud mental y un 52,9 % ha tenido síntomas ansiosos según la última Encuesta Nacional de Salud Mental (2015), del Ministerio de Salud. La situación es aún más preocupante cuando los jóvenes viven en situación de pobreza, pues tienen un 25 % más de probabilidades de vivir este tipo de síntomas o enfermedades.
Philipp Hessel, doctor en Demografía de la Escuela de Economía de Londres, afirma que hay un ciclo vicioso entre la pobreza y la salud mental. Un efecto negativo que empieza a tener una primera incidencia en la adolescencia con temas como la depresión y la ansiedad. Chances 6, una investigación de la que hace parte Hessel, evalúa vías para romper con este ciclo y el impacto de las transferencias económicas en esta tarea, en 6 diferentes países del mundo con ingresos medios y bajos (México, Liberia, Malawi, Colombia, Brasil y Sudáfrica).
La investigación considera que la pobreza debe verse más allá de los ingresos: la falta de acceso a la educación o salud son también factores que marcan las condiciones de vida. En Colombia y en Sudáfrica, por ejemplo, no poder estudiar es un factor de riesgo alto para la salud mental de los jóvenes.
La región andina (Perú, Colombia y Ecuador) es el área del mundo con mayores niveles de ansiedad. Las causas, en el país, pueden estar vinculadas con la exposición a la violencia, desplazamiento y robos. Hessel, investigador y profesor de la Universidad de los Andes, explica que la pobreza y la escasez generan estrés, además que no poder terminar el colegio o no encontrar trabajo impacta la oportunidad de vida de las personas y sus conductas: son factores de riesgo para la violencia, el consumo de drogas y traen efectos no solo para las personas en particular, sino todo su contexto social.