La estructura del uso del suelo agropecuario en Colombia

La estructura del uso del suelo agropecuario en Colombia

2 julio, 2025 Off By admin

La estructura del uso del suelo en Colombia es un factor clave para comprender las dinámicas
del sector agropecuario. La actual crisis de precios en el sector arrocero y la bonanza cafetera
evidencian cómo distintos sistemas productivos responden a factores económicos, climáticos
y de mercado dentro de su propia estructura. En este contexto, más que proponer soluciones
generalizadas, es fundamental analizar la estructura del uso de la tierra en el país para
optimizar los sistemas agrícolas y garantizar la conservación, de acuerdo con la vocación del
suelo y las características territoriales. De esta manera, es necesario partir de un enfoque
macro que reconozca estas diferencias para poder diseñar estrategias específicas y efectivas.
Lo primero es comprender las proporciones del uso del suelo en Colombia. Según
Fedesarrollo, el suelo rural se distribuye de la siguiente manera: un 56,7 % corresponde a
bosques naturales, un 38,6 % tiene uso agropecuario, un 2,2 % se destina a usos no
agropecuarios y el 2,5 % restante a otros fines. En términos absolutos, de los 111,5 millones
de hectáreas que conforman la ruralidad, 43 millones tienen vocación agrícola. Sin embargo,
dentro de esta extensión, el 80 % está ocupado por pastos y rastrojos, el 19,7 % se destina a
tierras de uso agrícola y el 0,3 % corresponde a infraestructura para la producción. En
consecuencia, de los 111,5 millones de hectáreas, únicamente 8 millones se utilizan para el
cultivo efectivo de alimentos y materias primas.

Esta proporción evidencia que, más que un país agrícola, Colombia tiene una marcada
vocación forestal. Lejos de ser un obstáculo para el sector agropecuario, esta característica
representa una oportunidad. Algunos territorios destinados a la conservación ambiental
pueden integrarse en sistemas de producción de alimentos complementarios, logrando un
triple propósito: restauración ecológica, garantía de soberanía alimentaria y eficiencia
económica. Este escenario de triple impacto es posible mediante el uso sostenible de los
servicios ecosistémicos, aprovechando la sinergia entre conservación y producción.
Retomando la discusión sobre el uso del suelo, de los 8 millones de hectáreas destinadas a la
producción agrícola, el 74% corresponde a cultivos permanentes, el 15% a cultivos transitorios
y el 9% a cultivos asociados, es decir, aquellos en los que coexisten múltiples especies. Este
dato permite analizar dos aspectos clave que se desarrollan a continuación.


Primero, la tendencia creciente de los cultivos permanentes frente a los transitorios. Mientras
que en 1960 la proporción era de 44% – 56%, para 2014 pasó a 74% – 15%. Este cambio
responde, en gran parte, a la reconfiguración del sector agrícola tras la apertura económica de
1990, que redujo la competitividad de cultivos como el maíz y el sorgo, mientras que favoreció
la expansión de cultivos permanentes como la palma africana, los frutales y la caña de azúcar.
Segundo, la relevancia de los cultivos asociados, que representan el 9% del área agrícola. Esta
modalidad plantea desafíos para la planificación del sector, ya que no solo implica el
desarrollo de cadenas productivas, sino también la atención a un tipo de productor con
necesidades específicas de asistencia técnica, generalmente de pequeña extensión

En cuanto a la proporción del tamaño de la propiedad agrícola, el Censo Agropecuario de 2014
revela que el 72% de las Unidades Productoras Agropecuarias (UPA) tienen menos de 5
hectáreas, el 11% entre 5 y 10 hectáreas, el 13% entre 10 y 50 hectáreas, y solo el 4% supera
las 50 hectáreas. Sin embargo, esta distribución contrasta con la participación de cada
categoría en el total del área agrícola. Mientras que las UPA de menos de 5 hectáreas
representan solamente el 5 % del área cultivable, las de más de 1.000 hectáreas abarcan el
37% del territorio apto para la producción agrícola.
El anterior dato ha sido el principal foco de los intentos de reforma agraria. Sin embargo, más
allá de consideraciones sobre la tenencia de la tierra, es fundamental desarrollar mecanismos
que permitan un uso más eficiente y sostenible del suelo. Una estrategia viable es la
implementación de programas piloto liderados por profesionales del agro, enfocados en la
promoción de prácticas productivas eficientes para cultivos estratégicos.


En resumen, comprender la proporción y distribución del uso del suelo es clave para diseñar
soluciones efectivas. Una estrategia fundamental es incentivar el uso de prácticas
agroecológicas que aprovechen los servicios ecosistémicos de los bosques naturales,
contribuyendo a la reducción de costos de producción. Asimismo, es crucial fortalecer los
programas de asistencia técnica agrícola, con un enfoque especial en la agricultura
campesina, familiar y comunitaria, particularmente en Unidades de Producción Agropecuaria
(UPA) de menos de cinco hectáreas. Por último, establecer mecanismos para optimizar el uso
de suelos con potencial agrícola que actualmente no están siendo aprovechados,
especialmente en las UPA de gran extensión, permitiría reactivar cultivos temporales
estratégicos para el país, basados en investigación agrícola aplicada.
Luis Armando Castilla Lozano